Para peinar las alas de Fernanda,
no hacen falta ni peines ni tijeras,
ni espejos, ni manos peluqueras,
hacen falta caricias de lavanda;
Y besos de alcanfor y dedos graves
que sepan desatar rizos y nudos,
y cielos solitarios y desnudos,
de besos y de aves.
Para peinar las alas de Fernanda,
su boca manda,
un amor de incendios y de balas;
Una brisa de tul, un sentimiento,
acaso un suave viento,
que entibie la ternura de sus alas.
El caballo de Atila
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