28 febrero 2006

ERA EL DIA PERFECTO.

Hoy era el día perfecto. Solo recordaba el aroma del café de media mañama que impregnaba mi pituitaria todavia a media noche.
Recordaba que las ventanas ya se habían cerrado,
recordaba que los parpados se echaban a tierra casi por obligación.
Todo eso recordaba cuando sonó el despertador.
y no estaba cansada, no.
Todo lo contrario, tenía mis alas perfumadas, así como huele tu mariposa.

Me extraño lo perfecto de este despertar, de la ausencia de un mal humor.
No había mensajes en el móvil, ni en la maquina que suele contestar cuando
no quiero hablar.
Había unos buenos días y un mail pegado en mi monitor y un sol aletargado detrás por las ranuras de la persiana.

Era el día perfecto, la ducha ya estaba caliente y el agua más que quemar o enfriar, reconfortaba y despertaba más y más. Las burbujas hacían cosquillas en los pies y la luz abría mis pupilas como bocas de subte al traseunte cansado.
Al salir de la ducha no había toallas. Mis alas estaban secas y peinadas; las tostadas preparadas y esperándome sobre la mesa; un diario, sabina en la radio y todo el suelo limpio y la cama recien hecha. Las llaves en su sitio, junto a la pared de salida.
El colectivo que me llevaba: vacío, la autopista libre de vehiculos, el sol que nos deslumbraba, la ausencia del polvo, lluvia, niebla o rocio sobre los vidrios de los autos.

Era el día perfecto.





Hoy me había tocado a mí. Era el día perfecto.
Cuando tus dientes hicieron luna sobre mis ojos, cuando vistieron de pañuelos negros todo mi miocardio.
Era el día perfecto hasta que se te ocurrió cruzarte en mi camino de vuelta a casa; mientras los dos esquivabamos charcos.
Era el día perfecto, tan perfecto.
Fué el día que la nube negra se tumbo en mis hombros.
Qué mis alas se opacaron.
Qué murieron las mariposas de mi balcón.


Perdió la perfección cuando tus ojos no me vieron.

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